jueves, 4 de noviembre de 2021

CAMINO A LA CORDURA

CAMINO A LA CORDURA

Se termina el verano como el que espera llegar la depresión mas profunda. 
Acaba el verano y llega un otoño lleno de dudas y miedos. 
Llevamos dos años intensos, dos años plagados de muerte y vergüenza, si, vergüenza.
De la noche a la mañana nos vimos involucrados en algo, que algunos veían venir y callaron y otros que sin más, confiaron y se lo comieron.
Un desastre mundial en el que solo la ciencia puede frenar, mientras tanto, unos por allí y otros por acá, cada cual con sus pensamientos y paranoias, se enfrentan defendiendo su postura. 
No es de extrañar, que con tanto laberinto de opiniones, los únicos que se salvan son aquellos a los que la tecnología olvidó y quedaron aislados de este mundo irracional marcado por inteligencia artificial que cada día nos hace mas tontos y escasos de recursos resolutivos, una vida cómoda en la que la solución a cualquier problema la llevamos en nuestro teléfono móvil de primera generación. 
Un mundo que se hecha a perder por un simple apagón tecnológico, es un mundo sin creatividad, sin iniciativa, un mundo perezoso que no sabe hacer nada por si mismo. 



UN PEDACITO DE MI

  Nunca me faltó nada, nunca tuve miedo a nada, en casa nunca faltó dinero para comer, vestir y algún capricho extra que se nos antojase a alguno de mis hermanos y a mi.  El pequeño de cuatro hermanos, tres varones y una “nena”. La mayoría de las ocasiones tenía que conformarme con heredar la ropa que ya desgastada, pasaba de uno al otro dejando a su paso agujeros y descosidos.

 No aprendí nada en el colegio, de hecho no lo pisaba.  Mi vida fue siempre la calle, desde muy pequeño mis padres ya no tenían el control sobre mi. No les culpo, en realidad así la felicidad fue continua durante mucho tiempo.

 Ahora me parece irreal, no recuerdo el cambio del niño hiperactivo al problemático adolescente, quizá porque siempre fui niño, quizá porque nunca lo fui.  La realidad es que siempre creí tener el control de mi vida y de mis actos, pero solo cuando realmente maduras y echas la mirada atrás, te das cuenta de que mi vida estaba llena de incógnitas, dudas, miedos, fracasos y sobre todo caos.  Aun así, siempre lo diré, no me arrepiento de nada de mi pasado, ahora valoro más mi presente y las cosas que me rodean.  

Ya no recuerdo cuándo fue mi primer consumo de alcohol, de hecho nunca me he acordado, no le di importancia, es algo a lo que no pones fecha, se que fue a muy corta edad, si recuerdo el sabor amargo de la cerveza, no fue con amigos, fue a escondidas, a escondidas empecé y a escondidas terminé.

Sin problemas que resolver, sin amores rotos de por medio, no había excusas, era mera diversión. Diversión que se convirtió en hábito, un mal hábito que me llevó al alcoholismo.

Con dieciséis años ya era consciente de que bebía en exceso, no solo era excesivo sino también muy continuo,  en plena nueva ola, la famosa “movida Madrileña”, años ochenta en Madrid, me cogió de lleno, experimentar con nuevas sustancias, la heroína se hacía la dueña de la calle sembrando dolor y muerte.

En mi caso fue el alcohol, él se adueñó de mi vida y controló todo mi entorno, vació mis bolsillos, atrajo a mi la tristeza, la desesperación, miseria y dolor. Pero el problema es más grave de lo que la gente se imagina, el mayor problema es la negación de uno mismo a reconocer que se tiene un problema. El pensar que podía dejarlo cuando quisiera, tener un consumo moderado, controlado y hacer una vida ordenada. Al principio, no le das la importancia que realmente tiene, no ves la preocupación de tu entorno y piensas que actúan de forma exagerada y agrandan o ven problemas donde no los hay. Pero esa parte llegará más adelante, en un principio todo se achaca a la edad. Vivimos en una sociedad, en la que el consumo del alcohol (incluso los porros), está totalmente integrado a nuestra cultura. Lo raro es ver a un joven que no consuma alcohol cuando sale con los amigos de fiesta, regar las comidas con buenos vinos, blanco si es pescado, rojo para las carnes, chupitos y copas para después del postre, ayuda a la digestión. 

Ya, el que se embriaga demasiado a menudo, ése, es un vicioso borracho, ése ya no está tan bien visto por la sociedad. También como viciosos son tratados los cocainómanos, heroinómanos, porreros… 

Solo los que hemos pasado por ello, llegamos a entender la problemática de la adicción y los desastres que provoca. 

Solo los que hemos pasado por ello, sabemos que es una enfermedad que no tiene ideologías, razas, estatus sociedad, ni bajo ni alto, esta enfermedad no  mira sexos, gordos, flacos, feos o guapos.

Se dice que la adicción ataca a la pobreza, a los sin techo. El adinerado siempre tendrá mejor aspecto y no le faltarán recursos para conseguir el tóxico, aún así, muchos de los sin techo que vemos consumiendo tóxico en la calle, un día tuvieron su negocio, su familia, su casa y amigos. La droga se lleva todo lo que posees, no te deja nada, solo tristeza, abandono y si no se para a tiempo, la muerte, y si no, dale tiempo.

En mi adolescencia me convertí en el cabecilla de la banda más problemática de la zona, con tan solo catorce años me gané el respeto de toda mi gente y bandas bastante mayores que nosotros. No temía a nadie ni a nada, al estar siempre colocado, me sentía el “Puto Amo”. Conocí a mucha gente, yonquis que estaban en las últimas, pastilleros que nunca descansaban, borrachos que dormían en el parque.

Con estos últimos era con los que más tiempo pasaba, eran mayores que yo y me contaban sus batallas( la mayoría fruto de su imaginación), pasaba tiempo con ellos y ellos me lo agradecían, les hacía compañía y les escuchaba, a cambio compartían conmigo el Brik de tinto peleón.  Así fue durante un tiempo, demasiado tiempo.

Cuando me regalaron el graduado escolar empecé a trabajar en la empresa de mi padre, junto con mis hermanos. Empecé a moverme y codearme con gente mucho mayor que yo, en poco tiempo y muy corta edad, empecé a hacer y deshacer a mi antojo.

Manejaba dinero y el consumo me salía prácticamente gratis, siempre me invitaban.

Lo peor de todo es que siempre quería más, mucho más. 

Fue todo tan silencioso que apenas me di cuenta de donde me estaba metiendo. En un principio, el consumo de alcohol se posponía al fin de semana con alguna que otra cerveza entre diario, pronto, muy pronto y por la rutina de mi trabajo el consumo se convirtió en un hábito diario ya que visitaba bares, cafeterías y restaurantes a diario y “era inevitable” rechazar una cerveza al medio día o una Castellana en la mañana. 

Poco a poco o mucho a mucho, me fui habituando a consumos desorbitados, sin importarme lo más mínimo las consecuencias. 

Los fines de semana se volvieron monótonos, cuando mis colegas no seguían mi ritmo, buscaba otros compañeros de viaje, entraba en los garitos prohibidos para mi edad y me recibían con entusiasmo y verdadera euforia. Me sentía más cómodo en esos sitios que con mis verdaderos colegas, al fin y al cabo, mis colegas eran unos muermos, no sabían divertirse. Que recuerdos aquellos de garitos oscuros, chupas de cuero negro y pelo largo, billares y rock del bueno. Los minis de cerveza paseaban por doquier ante mis ojos, era el puto paraíso. vatios y más vatios de rock que se mezclaban entre la penumbra del tabaco y el olor intenso del cannabis. De vuelta a casa, las calles parecían hablarme en un silencio atronador donde mis pies ya conocían el camino a la última parada, el parque de la estación, refugio de aquellos que la suerte les abandonó y ahora ahogan sus penas a golpes de embriaguez.  

Les escuchaba y admiraba, aún no entiendo muy bien porqué les admiraba pero así era, lo peor es que aún siento admiración por ellos y no debería.

Quizá porque formaron parte de mi vida, parte de mi adolescencia, me contaban historias de las que solo creía la mitad y la otra mitad la ponía en duda pero, por algún motivo, volvía cada noche a formar parte de sus mentiras y compartir algo de alcohol que les hiciera entrar en calor.

De algún modo envejecí con ellos y pasé capítulo en mi anticipada jubilación de rockero indomable y por algún motivo mi vida cambió.

Era consciente de que no sería un rebelde de por vida y la ocasión para intentar cambiar me vino sin esperarlo, la chica con la que salía desde los quince años quedó embarazada. Me agarré a ello como mi salida a una vida nueva, sentar la cabeza, organizar mi vida y crear una familia. Atrás quedaron las peleas de bandas, las visitas al parque, los garitos humeantes con olor a rancio, las muñequeras de pinchos, estiletes y puños americanos. Todo cambio menos una cosa. Quizá quedó lo peor, mi alcoholismo.

Un medio cambio, un cambio a medias, no se cambia de la noche a la mañana.

Estoy totalmente seguro, de que aquella joven con la que me casé, fue al altar con el pensamiento de que un cura cambiaría a su amado, que el rito del matrimonio y la bendición del todopoderoso, harían el trabajo de mil psiquiatras. Aquello funcionó a medias, un medio cambio.

Cambié de amigos, en realidad, me quedé sin amigos, ¡está bien! ¡Nunca tuve amigos! ¡Joder! A eso si me ayudó el sentar (a medias) la cabeza, me di cuenta de que vivía una mentira, que nada era lo que parece ser, que todo estaba en mi mundo, que nadie preguntaba por mi, que en realidad no era nadie, solo era el matón cabecilla de una banda de barrio que cuando desaparece, se sustituye y pasa al olvido sin pena ni gloria.

Todo cambio entonces, casi todo, se acabaron los garitos, en realidad eso no fue nada traumático, lo sustituí por bares, los supuestos amigos lo sustituí por los borrachines de barra que calentaban banqueta desde primera hora de la mañana. Café con porra a la 7:30 a.m. y copa de castellana con hielo, tal vez dos. El café y la porra era solo un disfraz, podía pasar sin ello perfectamente pero era necesario ocultar que simplemente necesitaba la copa.

Llega un momento en que sobra el café y la Castellana se transforma en wiski barato, no buscas calidad, buscas efecto y el efecto te lo da igual el barato que el caro, ¿para que gastar mas de lo necesario? Por el precio de uno caro tengo para dos baratos, a eso se le llama economía.

Pasaron años así, pasito a pasito, el bicho de la adicción fue comiendo mi cuerpo por dentro y por fuera. En un primer momento, dolía mas por fuera, mi aspecto físico cambiaba sin darme cuenta, allí estaba mi familia para recordármelo. Te tienes que duchar, decía mi mujer, tienes que comer más, apenas comes, decía mi madre, aféitate y péinate, así no puedes visitar a los clientes, me decía mi padre. 

Yo en cambio, no veía mi deterioro, o no lo quería ver. Antes ce cumplir los cinco años de matrimonio, nació mi segundo hijo, un hijo buscado, buscado buscando otro cambio, la típica excusa de "A ver si así sienta la cabeza" me di cuenta que por mas hijos que tuviese nada cambiaría, me dí cuanta yo y se dio cuenta mi mujer.

Sabía perfectamente que tenía un problema, un problema más serio de lo que pudiese imaginar la familia, pero nunca dije nada, siempre pensé que podría solucionarlo yo solo, todos los días me prometía lo mismo y todos lo días rompía mi promesa, pero siempre pensé que podría solucionarlo yo solo, era solo cuestión de fuerza de voluntad.

amc



   




 
  
 

3 comentarios:

  1. Alberto muchas gracias por compartir tu blog conmigo. Me encanta leerlo. De hecho, te debería hacer comentarios a varios textos que me han llegado muy adentro. Haces poesía de cada escrito y hablas con el corazón. Enhorabuena :) Gracias por ayudarme desde la lejanía pero a la vez en la cercanía que siento cuando te leo. Bss! Cris

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    1. Hola Cris. Es para mí un placer saber que mis escritos pueden ayudar a alguien. Seguiré, por tanto, compartiendo mis pensamientos ya que precisamente este blog surgió con esa idea, ayudar y que aquél que lo lea no se sienta solo. Un cariñoso abrazo de tu amigo. amc

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  2. Alberto muchas gracias por compartir tu blog conmigo. Me encanta leerlo. De hecho, te debería hacer comentarios a varios textos que me han llegado muy adentro. Haces poesía de cada escrito y hablas con el corazón. Enhorabuena :) Gracias por ayudarme desde la lejanía pero a la vez en la cercanía que siento cuando te leo. Bss! Cris

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