lunes, 9 de agosto de 2021

CAMINO A LA CORDURA

CAMINO A LA CORDURA

1968

1968. Año en que un 27 de Marzo nace una historia, la historia mas emocionante y disparatada de todas aquellas que pueda conocer, la mía.

En aquel año, todavía en España, se vivía el régimen del Franquismo, de esa época de mi vida pocos recuerdos tengo, mis primeros y nublados recuerdos me vienen de la vieja casa en Vallecas, una casa baja con patio donde reservábamos una habitación para abuela, una casa humilde pero con televisor. A mi parecer una familia feliz que vivía en un ambiente feliz. 

Soy el pequeño de cuatro hermanos, dos varones y una nena. En aquella época eran habituales las familias numerosas al igual que era habitual que los pequeños heredáramos la ropa, juguetes y libros escolares de los hermanos mayores.

No tengo recuerdos negativos de mi niñez, con siete años, en 1975, nos mudamos a un pueblecito de la sierra de Madrid, Collado Villalba. Fue quizá aquí, donde empezó a cambiar mi vida, quizá, solo quizá.  Nadie sabe que le depara el futuro, tampoco si está escrito, solo sé que, como todos, me arrepiento de no haber disfrutado más de la vida.

Posiblemente, llega un momento en la vida en la que realmente encuentras tu sitio y para llegar a no sé qué, primero tienes que pasar por no sé donde, unos los elijes, otros se imponen, no siempre son los deseados ni los correctos, pero son los que te llevan a lo finalmente eres.

Mi padre vio en aquel pueblo la oportunidad de instalarse por su cuenta un tallercito donde se reparaban cámaras frigoríficas y maquinaria de hostelería. En aquella época era prácticamente el único en toda la sierra que se dedicara al frio industrial, con lo cual, la competencia era cero o casi nula.  

Yo, mientras tanto, ya apuntaba maneras, enseguida hice amigos, amigos del barrio, del edificio donde vivíamos de alquiler. En el bajo vivía Jarillo, en el primero Alfonsito, en el bloque de enfrente vivían el Rubio y Mario (Maqueijan) mas abajo en una casa baja estaba Jose António (el Gallego) menudo elemento, nunca habló de su padre, fue un tabú, vivía con su madre y fue uno de mis mejores amigos, a la pronta edad de los nueve años me enseñó a fumar, conocí también a los que vivían mas abajo aún de mi casa,
pegando al rio Guadarrama, "Los Cuerva", hice amistad con el pequeño de los Cuerva que tenía mi edad. En el pueblo eran conocidos por sus fechorías pero a mi me gustaba estar con ellos. En cierto modo quería ser como ellos, ser conocido por mis fechorías junto a los Cuerva y Jose António.

Mi madre temblaba cada vez que salía a la calle, sabía perfectamente que me juntaba con ellos a pesar de tenerlo terminantemente prohibido. Junto a ellos y a pesar de no levantar un palmo del suelo, ya me sentía el "puto amo" fumábamos y robábamos en el ultramarinos del barrio, aprovechábamos lo descuidos del Señor Fernando dueño del supermercado El Teide y arrasábamos con todo lo que podíamos, solo por diversión, no había otra finalidad. Me caían bien y yo les caía bien. Fue una de las épocas de mi vida donde mas aprendí del mundo callejero, quizá fue el principio de los principios, la graduación de una carrera interminable. Hay tantos y tantos recuerdos y anécdotas de aquellos años que me es imposible retenerlos todos en mi cabeza.

El negocio del viejo prosperaba a pasos agigantados, mi padre pasaba el mayor tiempo del día trabajando, apenas le veíamos en casa, aún así recuerdo sentarnos toda la familia en el pequeño salón a ver "El Hombre y La Tierra" aquel mítico programa de naturaleza del Doctor Rodríguez de La Fuente y los fines de semana que pasábamos junto a la familia por parte de mi madre, la familia Caballero. Por parte de mi viejo no hubo apenas relación, vivían mas retirados de Madrid la mayoría y apenas tengo recuerdo de ellos.

Los Caballero absorbieron nuestras vidas, como una gran familia que éramos, una familia de Norte a Sur de España, de punta a punta. Eran realmente divertidas y emocionantes las reuniones familiares, tanto en navidad como en cumpleaños, siempre había alguien con alguna excusa para celebrar algo. Aquellos famosos cumpleaños de la abuela Lorenza. Los viajes a Málaga con la familia, entrañables recuerdos que nunca volverán. Todavía me emociono cuando escucho alguna canción de Serrat o de Carlos Santana que era la música que nos acompañaba en los eternos viajes a la playa, recuerdo esos cartuchos gigantes que introducía mi padre en el radiocasete del Seat 124 en el que viajábamos seis personas sin aire acondicionado, sin cinturones de seguridad, sin autopistas, eso si era una verdadera aventura. 

La familia "Caballero", en parte, sigue sus rituales y festejos, yo ya alejado por mis circunstancias de todo aquel ajetreo. Faltan muchos, quizá los mejores, pero la familia sigue y en ese sentido, aunque personalmente no sea partícipe, me alegra que siga siendo una piña. 

Mi viejo seguía amontonando dinero, en esa época yo no era consciente pero me di cuenta mas tarde de que lo que consiguió nunca se lo regalaron. Compró una parcela y empezó a edificar su casa, su chalet a su gusto (que no al mío) con el dinero que tanto esfuerzo le costaba ganar. Fue cuando tenia 10 u 11 años cuando nos mudamos a la nueva casa, una casa enorme con armarios enormes un salón enorme, una cocina enorme, una sala de juego enorme, una alacena enorme, un almacén enorme un garaje enorme pero, unas habitaciones ridículas, total, allí solo entrabamos para dormir. Lo mejor sin duda, el jardín. 

Al cambiar de casa, también cambié de colegio ya que la casa nueva estaba a las afueras del pueblo y el colegio donde estudiaba pillaba muy retirado y teníamos dos colegios muy cercanos a los que podía ir andando.

Hice buenos amigos en el nuevo colegio, incluso conocía a varios alumnos lo cual no me costó relacionarme en pocos días. 6º de EGB fue el curso que empecé en el nuevo colegio, empezaron a empeorar mis notas y me dedicaba mas al escapismos que a estudiar, mi hermano mediano asistía, lógicamente, al mismo colegio dos cursos por delante que yo, el tenía sus amigos y yo los míos aunque, fuera del colegio compartíamos los mismos, creo que salvo los profesores, nadie supo que éramos hermanos ya que nunca estábamos juntos, hacíamos vidas diferentes con amistades diferentes.

Me junté con lo mas exquisito del colegio, los que nos juntábamos en el recreo a fumar, a la salida siempre había peleas. En 8º curso ya fue la creme de la creme, todo lo peor de Villalba se focalizó en mi colegio. "Josete" uña y carne, el Alemán, enemigo de mis enemigos, el Cuerva acabó también allí, aquello se convirtió en una verdadera locura, en varias ocasiones se personó la Guardia Civil para interrogarnos sobre robos ocurridos por los chalets de la zona, por supuesto no sabíamos nada. En ese año empecé a experimentar con los porros, la zona era idónea para pasar desapercibidos y beber y fumar con total libertad, como ya dije, el colegio estaba a las afueras del pueblo y solo había campo a su alrededor, los únicos que podían decirnos algo eran los profesores pero, en realidad les importábamos una mierda, mientras lo hiciéramos fuera del recito escolar... 

Me di cuenta de que no se podía estudiar colocado, con lo cual, me regalaron el graduado escolar y me puse a trabajar en la empresa de mi viejo. Con 14 o 15 años, empecé de aprendiz en la empresa en la cual ya estaban todos mis hermanos incluida la nena que se encargaba de la oficina. También había otros dos empleados, Jose y Toño. Aprendí el oficio rápido, en poco tiempo mi padre me regaló mi primera maleta de herramientas, cuando me quise dar cuenta ya estaba haciendo reparaciones yo solo, tenía buen trato con los clientes, en su mayoría bares y restaurante. Ese buen trato que ofrecía a los

clientes me lo proporcionaba el alcohol, si, hablamos que contaba con 16 años cuando ya sabía que necesitaba el alcohol, recuerdo mi primer síndrome de abstinencia con 18 años, en un restaurante, fui incapaz de hacer mi trabajo debido a los temblores en las manos, le dije al cliente que tenía que ir a por una pieza que no llevaba en ese momento en el coche. Tan solo entre en el bar mas cercano y bebí dos copas de whisky, en tan solo cinco minutos, mis manos dejaron de temblar. A partir de ese momento, necesité parar mis manos con alcohol a diario.






  


 

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