CAMINO A LA CORDURA
I
Fue raro que no le parara la policía aquella noche como era costumbre todas las noches, quizá conocían ya su matrícula y sabían que no encontrarían nada, ni drogas ni alcohol en su cuerpo y se dedicaron a darle paso con el “pirulo” luminoso para agilizar el paso.
.- Vaya, hoy llegaré antes a casa- Pensó mientras pisaba levemente el acelerador del Seat Ibiza.
En quince minutos realizó el trayecto del trabajo a casa, aparcó el coche en la cochera y entró en la casa.
La casa, heredada de sus padres, es una vivienda pequeña pero acogedora situada en el mismo centro de la ciudad, una casa baja con cochera y un pequeño jardín rodeada en su totalidad de altos edificios que la dejaban en penumbra casi todo el día.
Rara era la semana que no recibía ofertas de compra de varias constructoras interesadas en el inmueble para echarlo abajo y construir un nuevo edificio. Durante años, sus vecinos fueron desapareciendo y a cambio, recibía altos muros de hormigón rodeando su vivienda. Se resistía a perder la casa de sus padres, le ofrecieron una suma importante de dinero que rechazó una y otra vez, se prometió pasar el resto de su vida en la vieja casa, nadie podría sacarlo de allí, como hijo único no tenía presiones familiares para vender con lo que en cierto modo, agradeció no tener hermanos con los que discutir por temas de herencia.
Don Fernando estaba acostumbrado a dormir poco, muy poco debido a su trabajo nocturno, entraba a las doce de la noche a la fábrica y terminaba a las siete de la mañana.
Apenas dormía cinco horas, estaba acostumbrado a tener una vida fuera de horarios cosa que de haber tenido esposa e hijos le habría sido imposible compaginar. La única compañía era su gato Mix, un gato grueso como él y perezoso que hacía su vida y no se metía con nadie, salía y entraba cuando le venía en gana.
A sus cincuenta y nueve años, Don Fernando tenía muchos planes en su cabeza para cuando llegara su jubilación. El principal era un lavado de cara a la vieja casa, quitaría el papel pintado de las paredes y la daría una mano de pintura, las flores azules del papel lo mareaba, flores enormes insertadas en rombos grises en el salón, colmenas verdosas en su habitación, círculos ovalados en la habitación de sus padres y círculos entrelazados en el pasillo, los pequeños baldosines del baño y cocina ya con las juntas renegridas y desgastadas daban aspecto de abandono a pesar de que se esforzaba al máximo los días de limpieza, que él recuerde, nunca ha habido una obra en casa, siempre ha conocido las mismas paredes, la misma cocina, el mismo sillón, las mismas camas, mismas lámparas de cristalitos imposibles de limpiar, incluso el mismo equipo de música, lo único “moderno” que recuerde es el televisor que se cambió no hace mucho tiempo cuando el antiguo salió en llamas, todavía conserva la mancha negra la pared del salón.
A pesar de llevar un horario diferente, Don Fernando es un hombre de costumbres, duerme al llegar a casa del trabajo y se levanta a la hora en la que la gente “normal” toma el aperitivo, se dá una ducha, se viste todos los días de domingo, camisa de seda, pantalón de pinzas con la raya impecable, zapatos Martinelli relucientes, americana a juego con los pantalones y pañuelo en el bolsillo, sale a dar su paseo diario, compra el periódico en el Kiosco pide algo de comer en la cafetería de la esquina, casi siempre lo mismo.
.- Buenos días Don Fernando, ¿Lo de siempre? Pregunta Paco el camarero
.- Si Paco, lo de siempre. De momento lo de siempre para abrir boca, luego ya veremos…
Paco le sirvió una copa de Rioja y calentó en el microondas un cuenco de barro con callos a la Madrileña. .- Aquí tiene Don Fernando, calentitos.
La cafetería, aunque de reciente construcción, aparentaba las antiguas tascas del viejo Madrid, cuadros con fotos adornaban las paredes con imágenes de famosos posando con Paco, carteles taurinos y posters de Real Madrid daban el pego y pareciese que la cafetería llevara allí toda la vida cuando en realidad llegó con los grandes edificios que rodeaban la vieja casa de Don Fernando.
A Don Fernando le gustaba frecuentar el barrio y sobre todo le gustaba codearse con los que consideraba alto standing, hablaban de acciones de banca, de política, economía y temas de las que se mantenía al día gracias a la prensa y los informativos del televisor y la radio. Hablaban y hablaban mientras tomaba el aperitivo que él lo convertía en su almuerzo diario, así evitaba encender la vieja cocina de casa.
.- Hasta mañana Don Fernando, que tenga un buen día en la oficina
.- Adiós Paco, los callos estupendos como siempre, qué buena mano tiene su señora para la cocina, a ver si algún día es capaz de hacer algo así mi esposa.
Al llegar a la vieja casa, Don Fernando enciende el televisor y se sumerge en la telenovela “Cristal” van por el capítulo 68 y está de lo más interesante, lastima que a los diez minutos se le caigan los ojos cuando se acomoda en el sillón.
Don Fernando se despierta con las noticias de las ocho de la tarde y se prepara un buen café, en breve a de preparar la tartera con la comida del trabajo, entra en la cocina y limpia el recipiente, busca en el armario y escoge una lata, en este caso lentejas a la jardinera, las vierte en la tartera y la cierra herméticamente. Pronto deberá hacer una compra, está bajo mínimos. Vuelve al salón y se deja llevar por el aroma y sabor del café recién hecho y se empapa de las noticias de economía.
II
.-Buenas noches Fernando, llegas pronto hoy. Le dice la voz amable del guarda de seguridad de la fábrica que le levanta la barrera para acceder al aparcamiento.
.- Buenas noches Javier. Contesta Don Fernando casi sin interés y sin desviar su mirada al frente.
Aparca el Seat Ibiza y saca del maletero la mochila que guarda en su interior la ropa de faena y tartera de lentejas a la jardinera, se la hecha al hombro y accede al trabajo. Guarda la comida en la taquilla y cuelga en una percha su camisa de seda y el pantalón de pinzas, en la balda de la taquilla acomoda los Martinelli y se enfunda el mono de trabajo.
Las noches en la fábrica son tranquilas, siempre la misma tónica, se sienta frente a la máquina empaquetadora y comienza su jornada, solo a de estar pendiente de que la máquina vaya como la seda y no de problemas.
Son la tres y media de la madrugada cuando hacen el descanso de veinte minutos para comer. Treinta y dos compañeros y él, se reúnen en la sala habilitada con mesas y sillas y una fuente de agua con vasos de plástico, cada uno se sienta casi siempre en el mismo sitio, a la izquierda de Don Fernando se sienta normalmente Emilio, un joven con el que se lleva francamente bien, no hace demasiadas preguntas y eso a Don Fernando le gusta, a su derecha se suele sentar Andrés, un veterano de la fábrica, entro un par de años antes que él, Andrés es el típico personaje que no cae bien a nadie, poco hablador y demasiado observador.
.- ¿Hoy no ha venido el lameculos? Le pregunta Don Fernando a Emilio refiriéndose a Andrés.
.- No, hoy no ha venido, ayer ya se encontraba mal, decía estar indispuesto, por lo visto tiene gastronteritis.
.- Gastroenteritis. le corrige Don Fernando
.- Bueno, qué más dá, tu me entiendes ¿no?
.- Si, claro que te entiendo pero eso no significa que esté mal dicho.
Emilio estira el cuello intentando ver la comida de Don Fernando
.- ¿Qué traes hoy Fernando? Pregunta Emilio sin desviar la mirada de la mochila.
.- Pues si te digo la verdad, no tengo ni idea, estoy como tú, deseando saber que me ha preparado hoy mi mujer. Responde Don Fernando con cara de nerviosismo, como un niño pequeño abriendo un regalo de navidad.
.- Vaayaaaaa, que suerte tienes tío, lentejas, mi madre no cambia, siempre lo mismo, filetes empanados y si la pillo de buenas, tortilla de patata.
.- Bueno Emilio, supongo que algún día te casarás y tu mujer te preparará tus comidas preferidas, hasta entonces tendrás que conformarte jajajaja Dijo Don Fernando mientras se dirigía al microondas a calentar su comida.
En veinte minutos estaban de vuelta a sus puestos de trabajo, vigilando su máquina empaquetadora.
.- Hasta el lunes Fernando, que tengas un buen fin de semana
.- Hasta el lunes Javier. Contesta Don Fernando al guarda de seguridad con la misma indiferencia que cuando entró.
En quince minutos estaba metiendo el Seat Ibiza en la cochera, hoy tampoco le paró la policía. Entró en la vieja casa y duerme sus cinco horas de rigor.
III
Los días festivos, Don Fernando suele dormir menos aún si cabe. Le gusta aprovechar el fin de semana. Hoy sábado, como de costumbre, da su paseo mañanero, compra el periócico y da un paseo por el parque como acostumbra todos los sábados por la mañana mientras se entretiene con la prensa.
Se sienta en un banco y observa, como todos los sábados, a Doña Berta cuidar de su nieta. En más de una ocasión le hubiese gustado entablar alguna conversación con Doña Berta pero su timidez se lo impide, solo llega a dar los buenos días y en el caso de que esta le regale una sonrisa, su cara enrojece como la de un adolescente en un prostíbulo. Sabe más de Berta que de su propia madre, desde el primer día que la vio, entendió el significado de “Amar con locura” y aprendió también que la soledad no siempre es buena.
Doña Berta cumple todos lo requisitos que cualquier varón espera de una mujer, a pesar de su edad, mantiene un cutis suave y terso, su cuerpo desprende vida en cada curva, pelo negro como el carbón brilla a media melena, Don Fernando se pregunta si será una diosa, su cuerpo no corresponde a su edad que ronda la suya, si habrá pasado por quirófano para retocar por aquí y por allá ya que su belleza podría ser envidiada por cualquier jovencita pero la cirugía no alarga las piernas, Doña Berta posé unas piernas largas y bien torneadas que no pasa inadvertidas a los paseantes, sus preciosos ojos pardos dejan entrever una peculiar tristeza que Doña Berta la suple con el amor de su nieta, hace dos años que quedó viuda y todavía arrastra el velo negro que tanto pesa después de más de treinta años de feliz matrimonio. Don Fernando no podría competir con semejante amor y tampoco lo ve justo, piensa que todo lleva su tiempo y que ahora no es el momento de olvidar.
.- No soy quien para separarla de sus recuerdos. Se dijo Don Fernando en voz baja mientras mareaba el periódico.
Se puso algo nervioso cuando vio que Doña Berta se acercaba con su nieta de la mano por el camino de arena, a pesar de todo, se armó de valor y sacó la cabeza del periódico para saludar.
.- Buenos días Doña Berta, vaya sábado se ha quedado para pasear, este solecito se agradece…
.- Buenos días Don Fernando, si, a ver si llega el buen tiempo. Respondió doña Berta con una sonrisa que bien merecía un anuncio de Colgate. A Don Fernando se le aceleró el corazón y empezaron las inoportunas mariposas a revolotear por su estómago.
.- Adiós Doña Berta, que pase un buen día y dele recuerdos a su hija.
.- Así lo haré, que tenga un buen día Don Fernando.
.- No soy quien para profanar sus recuerdos, no puedo hacerlo, necesita tiempo, no sería justo. Se dijo Don Fernando en silencio mientras se alejaba su gran amor.
El parque quedó vacío cuando marchó Doña Berta, nada interesante le ofrecía el parque ya, dobló el periódico, lo sujetó bajo el brazo y salió camino a la cafetería, no sabría decir si las mariposas seguían en su estómago o ya era hambre lo que avisaba. Daban las dos de la tarde cuando entró en la cafetería.
No sabría decir si la sorpresa fue agradable o no pero sí se sorprendió cuando vio a Julia, la hija de Doña Berta tomando el aperitivo en el interior de la cafetería, la acompañaba su pareja que, sentados en los taburetes de la barra disfrutaban de unas cervezas y un platillo de boquerones y aceitunas.
Don Fernando se dirigió al fondo del mostrador, al lado opuesto de donde se encontraba Julia, seguramente su madre se reuniría con ella en breve y quería evitar cualquier tipo de conversación con ellas. La posición que adoptó en la barra, le permite un primer plano de Julia y de Doña Berta cuando esta llegara, podría mirar con discreción y al tiempo evitar el miedo de exponerse al ridículo, así se veía ante Doña Berta, pequeñito, insignificante, un simple empleado a cargo de una máquina empaquetadora de no sé qué diablos, más de veinte años trabajando en la empresa y todavía no sabía qué demonios se empaquetaba.
.- Buenos días Don Fernando ¿Lo de siempre?
.- Buenas tardes Paco, ya son tardes… Hoy me vas a poner un pincho de tortilla para empezar, hace meses que no la pruebo, lleva cebolla ¿verdad? una tortilla de patata sin cebolla no es tortilla de patata.
.- Claro, la tengo con y sin cebolla, y un riojita también ¿verdad?
.- Si, y no me calientes mucho la tortilla por favor Paco.
Paco se dio cuenta de que Don Fernando estaba nervioso, estaba inquieto, como si esperara que pasara algo en cualquier momento, miraba hacia la puerta continuamente y volvía la mirada al periódico una y otra vez.
.- ¿Se encuentra usted bien don Fernando?
Don Fernando empezó a sonrojar al ver que Paco se daba cuenta de su nerviosismo.
.- Si se da cuenta Paco es que se está dando cuenta todo el mundo… Pensó Don Fernando mirando a su alrededor.
.- Bueno, ahora le traigo el pincho y el vinito y ya verá como se calma, mi abuelo que en paz descanse, solía decir que lo que no cura el vino, o no tiene cura o no es vino… jajajaja
Don Fernando forzó una sonrisa y en realidad ese comentario hizo que su cuerpo se relajara o al menos desvió su atención de Julia y la puerta de entrada al bar.
.- Que sabio su abuelo Paco, jajaja, seguro que sí, aunque no es nada, debe ser el estrés de la oficina, me faltan vacaciones Paco…
.- Aquí tiene Don Fernando, pincho de tortilla con cebolla templada y riojita, buen provecho.
Una vez saciado de hambre y sed, Don Fernando salió de la cafetería, dió un suspiro largo cuando pisó la calle y agradeció que todavía no hubiese llegado Doña Berta.
Por un lado, estaba tremendamente enamorado de ella, por otro, le daba pánico iniciar algo con ella, miedo al rechazo quizá, miedo a ser quien realmente es, miedo a ser tratado como la persona que realmente es. A Paco, a su mujer que apenas sale de la cocina, a los compañeros de vino que hablan de economía, política y demás burguesía, al Juan el Kiosquero… Podría engañar a todos ellos, podría pasar por un ejecutivo o un empresario de éxito, en poco tiempo un jubilado adinerado, no pasa nada, eso no es delito y se siente bien en ese papel. Pero ¿a Doña Berta? Nooo, a Doña Berta sería incapaz de engañarla, tendría que mostrarse tal como es, tendría que ser Fernando, el del pasillo nueve de la sección cuatro de la fábrica de empaquetado de no se que rayos.
Al llegar a casa, se acomodó en el sillón con un café y dejó volar la imaginación mientras de fondo, el televisor emitía la película de los sábados.
Llamaron a la puerta con un sonido peculiar, el que llamó no uso el timbre, tocó dos veces con el sonido de las falanges de los dedos, sonaban a caricias, sonaban a no tengas prisa, puedo esperar. Don Fernando se incorporó y se acercó a la puerta con la cautela gorrión recogiendo migas de pan, acercó el ojo a la mirilla y el corazón le dio un vuelco, miró con nerviosismo a su alrededor, esperando ver un escondite donde meterse o tan solo una excusa para no abrir.
.- Don Fernando, ¿Está usted ahí? ¿Don Fernando? Sé que está, ábrame por favor se lo pido, no quiero quedar como una estúpida esperando toda la noche.
No era su imaginación, era Doña Berta la que estaba reclamando su atención.
.- Enseguida abro, deme un minuto…
Don Fernando se apresuró al baño, hizo lo que pudo en el poco pelo que conservaba y se miró de arriba a abajo en el espejo.
.- ¡Joder! esta maldita tripa… Si no abría pronto la puerta echaría a perder esta oportunidad única e irrepetible, se armó de valor, tomó aire y abrió la puerta.
Allí estaba Doña Berta, bella y atractiva, Don Fernando no supo articular palabra, quedó embobado por unos instantes hasta que pudo al menos expulsar un hola
.- Hola Don Fernando, siento interrumpirle de este modo pero, bueno, no sé por dónde empezar… bueno, se que oculta algunas cosas por el barrio, podría asegurar de que usted no está casado como creen los que creen conocerlo, observo a menudo su casa y no hay indicios de que en esta casa viva alguien a parte de usted, de hecho, no estaría aquí si no estuviese tan segura, también he observado como me mira en el parque o cuando coincidimos en la cafetería y creo que le debo una disculpa ya que es usted muy atento conmigo y creo que no lo he correspondido como se merece, no quiero que se haga una idea equivocada del porqué estoy aquí, en la puerta de su casa, creo que ni yo misma lo llego a entender pero me gustaría conocerlo un poco más, no me equivoco si pienso que es usted una persona buena que necesita compañía, esa que también echo yo en falta.
.- Doña Berta… A Don Fernando se le traban las palabras y se le amontonan en la boca, su cerebro va más a prisa que su lengua y empieza a notar más calor de lo que realmente hace .- Es cierto, si, es cierto que siento atracción hacia usted Doña Berta, es cierto que no he estado casado nunca, de hecho nunca he tenido una pareja estable, lo cierto es que soy muy exigente en ese aspecto y estaba esperando el momento adecuado para tener un acercamiento con usted, no me veo con el privilegio de suplir al Señor Andrés que en paz descanse y una mujer como usted, de su categoría, que se haya fijado en mí… Don Fernando se quedó sin palabras, no supo continuar, quedó hipnotizado por sus ojos, grandes como platos y sinceros.
.- Había pensado si le gustaría acompañarme mañana a misa y después dar un paseo por el parque, como le he dicho, me gustaría conocerlo más, hay algo en usted que me atrae y quiero saber que es, ¿Qué le parece?
.- Será un placer Doña Berta, ¿Qué le parece a la misa de once? podría pasar a recogerla a las diez y media y pasear hasta la iglesia ¿Si?
.- Le espero mañana a las diez y media en la puerta de mi casa, sé que sabe mi dirección, como le he dicho llevo tiempo observando y se que usted me observa a mi… Hasta mañana entonces Don Fernando.
.- Hasta mañana Doña Berta y gracias por este placer inesperado.
Don Fernando se pellizcó los brazos cuando cerró la puerta, no podía creer lo que había pasado, no daba crédito a lo sucedido, algo extraño le estaba pasando a Don Fernando, de repente se quedó en blanco, no sabía qué hacer .- ¿Qué debería hacer ahora? Se preguntó en voz alta. .- ¿Reir? ¿Gritar? ¿Bailar? ¿Qué se supone que debería hacer ahora? Don Fernando se sentó en el sillón y echó a llorar, tampoco sabía muy bien por qué lloraba, si de felicidad, de miedo, ¿pánico? Llegó a la conclusión de que era de felicidad, de emoción, de nuevo las mariposillas bailaban en su estómago, esta vez no de hambre, su mente recuerda la misma sensación que cuando conoció a aquella chiquilla en el instituto .- ¿Cómo se llamaba? sí hombre, aquella chica de ojos pardos grandes como platos, estaba coladito por ella, era una chica fantástica, que pena que cambiara de colegio, siempre pensé que sería el amor de mi vida, de hecho, no ha habido más, como sonreía, digna de un anuncio Profident. Su corazón se estremece recordando su amor adolescente.
.- Es todo tan extraño… después de tantos años, tener la misma sensación, el mismo hormigueo, ¿Cómo se llamaba? Recuerdo su cara como si fuera ayer, su pelo negro como el carbón brillando a media melena, ¿Cómo diablos se llamaba? Tenía las piernas más largas del instituto, unas piernas que quitaban el sentido. ¿Alberta? ¿Roberta? ¡Joder! lo tengo en la punta de la lengua.
amc
P.D.
A veces, el destino de dos personas está predestinado a empezar y terminar una bonita y maravillosa historia de amor sin necesidad de pasar toda una vida juntos, es el destino y contra eso, no podemos hacer nada.
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